Este es un cuentito con su "Había una vez" y todo, porque así comienzan los cuentos, al menos los que a mí me contaron.
Había una vez unos señores chinos que hacían fakes de todos los bolsos que otros inventaban y confeccionaban en sus fábricas para abaratar costes.
Luego, otros señores diferentes que tenían que huir de su continente, los vendían en el metro y en las plazas de las grandes ciudades del primer mundo. A mucha gente de la vida real le venían muy bien aunque no fueran de verdad, por el precio y todo eso.
El caso es que antes de que estuvieran las colecciones en las tiendas, los bolsos ya se encontraban en Manhattan, en Oxford Street o en la Puerta del Sol, por poner un ejemplo. Eso dicen que hacía llorar al niño Chuchi -de lo que no estoy muy segura- y a los dueños de las grandes firmas.
Por eso un día, Loewe, harto, decidió que sus bolsos se confeccionarían en Europa, en un pueblecito de España. Buscaron dónde hacerlo, montaron el taller, generaron un montón de empleo, y firmaron con los trabajadores un contrato de confidencialidad. Ssssssshhhh.
En el pueblo todos se pusieron muy contentos porque casi nadie tenía trabajo hasta que llegaron ellos, y firmaron el secreto más absoluto para todo lo que cosieran.
Y desde entonces sus bolsos nunca más volvieron a encontrarse en una manta en el suelo de ningún sitio. Y todos vivieron felices y comieron Jamón de 5J... porque lo podían comprar.
FIN.