Yo siempre quise volar, lo he soñado desde pequeña. Batir los brazos y que fuese como si tuviera alas, elevarme y sostenerme; o en el lomo de una escoba, por la noche, sobrevolando las copas de los árboles en bosques frondosos; sólo de imaginarlo se me hace un nudo de nervios en el estómago. También valdría sobre ciudades, lo malo es que ahí habría que tener además un hechizo para que no te vieran los muggles y así evitarse problemas con el ministerio de magia. Hoy por hoy ya sé que no es verdad, que no es posible de ese modo, y aún así me excito. No tengo remedio.
Recuerdo que de niña, cuando me metía en la cama, antes de cerrar los
ojos le pedía a Dios que me dejara soñar un sueño en el que volara. Era
guay programar los sueños, lo mismo esta noche lo vuelvo a hacer.
He vuelto a recordar esto porque estos días ha estado aquí mi sobrino Sergi y me ha dicho que a él le gustaría casi más que nada el poder volar.
Ha salido igual de friki que yo, hasta escribe comics a sus trece años. Y me he sentido feliz, en plenitud mirando el brillo de sus ojos al ver el Halcón milenario o a Harry Potter en su Nimbus2000 y vivirlo como si fuera algo perfectamente real. Ese niño me hace volver a creer en todo, tener fe.
Volar es la libertad. No he sido la primera, no soy la única, no seré la última.
Icaro fue mi primer contacto externo con esta idea.
Se construyó unas alas, gracias a él incluso empezó a interesarme la mitología griega.
Icaro
Obra de Juan Pablo Navarro Colmenares.
Mary poppins también mola como opción.
Ella usa un paraguas, pero creo que es sólo porque quiere.
Dumbo.
Harry Potter.
Y Superman, no te puedes olvidar de Superman.
Quién no se ha puesto una tela roja y ha corrido con el brazo derecho extendido y el puño cerrado.
Dando pequeños saltos, para mantenerse unos pocos segundos en el aire.
Volar, volar...