Quizás por eso se decidió; temía que si dejaba pasar más el tiempo, se hiciera imposible del todo.
Un buen día, su madre lo peinó lo mejor que pudo, le puso una camisa de manga corta y sus pantalones de los domingos, los nuevos; tenía dos pares y ambos eran de tergal.
A pesar de todos los esfuerzos y de que lo habían puesto como un pincel, era feo sin parangón.
Vino a casa a pedirte salir y tú, que no sabías como rechazarlo sin dañarle, te escondiste en la habitación y me toco a mi decirle que no en la terraza. Como siempre se me dio bien hablar... Sólo se me ocurrió decirle que no se podía ser novios siendo tan pequeños, que teníais que estudiar y que algo que empezaba tan temprano, fracasaría seguro. Que si te quería debía esperarte y volver en cinco años.
Y se marchó, con fé... Con la esperanza que le provocó mi mentira...
Volvió, a los cinco años clavados. Esa 2ª vez, me costó más rechazarle, porque se estaba quedando ciego de un ojo... Había esperado de verdad; contando cada mes y cada año, para poder regresar.
Se fue derrotado y tras esta ocasión, ya no vino más.
No soy de decir mentiras de hábito, pero creo que esa ha sido de las que más me ha costado contar en toda mi vida, porque pocas veces a posteriori he visto a alguien marchar tan triste de un lugar.
Siento mucho no recordar su nombre, supongo que mi conciencia ha querido protegerse del recuerdo... Pero deseo de corazón que haya alguien por ahí, haciéndole todo lo feliz que se merece.
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