Llega el otoño casi sin darnos cuenta. Aunque vaya a ser en principio cálido, ya vemos en las revistas jerseys de punto con bufandas, en tono fluor eso sí, pero de un abrigo, que aun nos negamos a querer... Entre mis estilismos favoritos. Encontramos looks años 40. Vestidos de mujeres, que empezaban a cambiar las reglas del juego y a dominar sus deseos y su entorno (hablamos mayormente de América del Norte y otras partes de Europa que no eran España, pero como sensación vale)... Y a mi además, me queda fenomenal, como tengo pocas tetas... Bueno dos, pero pequeñas, ja ja ja.
Empezaremos también a bajarnos las coletas, porque también baja la luz y porque la longitud y posición de esta, implica muchas emociones, no hablemos ya de los cardados...
Y eso sí, en jeans; en los que seguiremos llevando los tiros bajos a la cadera y las cremalleras desabrochadas... Mientras Kate y la Miller no las nieguen...
En resumen, vemos ya, lo que vamos a meter en nuestro vestidor, para afrontar otro año escolar. Y es aquí donde yo me pregunto. ¿Cambiamos el closet para tener la posibilidad de reinventar nuestras vidas? ¿Limpiamos y remendamos nuestras almas comprando un abrigo patchwork?
Los outfits que te pones, son más que la ropa en si misma; son todas las cosas que te han pasado con ella, los recuerdos... Aquella camiseta con la que te rompieron una tarde el corazón. Los pantalones vaqueros favoritos que se mancharon de hierba mientras te daban un beso nuevo...
No sé, pero muchas veces pienso, que comprar ropa, no es como creen los hombres parte de nuestra vorágine consumista, no son caprichos; es otra cosa. Es sanación.
Y yo, acabo de empezar a trabajar en un Desigual. Que lo que soy es escritora sí; pero que vender ropa y hacerle de psicóloga a las señoras, se me da bien... Entonces, está perfecto.
Feliz Septiembre.
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