Vida de una Reina
La noticia
Int. Estancias Cersei y Robert.
La Fortaleza. Día.
Volvió a colocarse de perfil para
verse una vez más, pegó a su cuerpo la tela de su vestido allá donde nacía una
incipiente barriga, la sujetó desde arriba y abajo con ambas manos y sin
poder evitarlo sonrió. Acariciándose la
tripa se volvió y miró en derredor sus estancias, era muy probable que ese
fuese el primer recuerdo completamente feliz que albergaba de aquel lugar.
Se dirigió hacia la puerta, al
abrirla encontró a los dos capas doradas que la escoltaban a todas partes,
ninguno de ellos era Jaime. Prácticamente no se habían visto desde la mañana
posterior a su boda con Robert. Hacía más de un mes.
Cuando ella estiró los brazos
hacia él su hermano se había acercado a ella y la había abrazado como si fuera
una niña pequeña, besó su pelo en silencio y se lo acarició mientras ella
lloraba sin consuelo. En sus ojos se veía la ira y el odio que Robert le
provocaba, deseaba volver a ser “el Matarreyes” – había susurrado en su oído al
acunarla-, acabar con ese gordo desgraciado y llevársela lejos de allí, pero
fue lo único que dijo, no fue capaz de más, las horas que estuvo a su lado
fueron mudas, después, cuando ya atardecía, Jaime se marchó sin decirle una
sola palabra de despedida, sólo hubo un beso. Ella se quedó llorando en la
penumbra hasta que apareció su esposo de madrugada, entonces se fingió dormida,
lo que no fue obstáculo para que el Rey hiciera uso del matrimonio, borracho y
llamándola Lyanna. Ella, inerte como una muñeca, ya no acusó ese golpe.
Desde aquel día Jaime se pasaba
jornada tras jornada practicando con la espada, o en cualquier misión que
requiriese a la Guardia Real, como si no hubiera otros seis que se pudieran
ocupar, y cuando no era así, sus horas discurrían encerrado en la Torre de la Espada Blanca. Por eso esta mañana se dirigía allí, tenía que hablar con él
quisiese su mellizo o no.
Cuando llegaron a las puertas del
edificio pegado a la muralla de la Fortaleza Roja los hermanos juramentados que
la acompañaban se miraron entre si.
-
Alteza –Titubeó uno de ellos.
Cersei se paró en seco, volvió la
cabeza con lentitud y le miró a los ojos, peligrosa. Los guardias volvieron a
mirarse entre ellos y con un leve gesto de esos que se hace la gente que ha
vivido mucho junta decidieron desentenderse de la situación.
-
Que… ¿Que si necesitáis que se os anuncie?
Ya me anuncio yo –dijo mientras giraba sobre si
misma y atravesaba los portones de la edificación-.
Cersei llamó a la puerta de la
estancia de su hermano mientras abría sin esperar respuesta, estaba demasiado
nerviosa para pensar con claridad. Lo encontró mirando hacia la bahía por los
ventanales. Su sencilla celda aun estando en los pisos inferiores de la torre
tenía bastante luz. Jaime giró al oír su entrada y se quedó mirándola,
Cersei resplandecía como jamás la había visto hacerlo –pensó-. Ella le observó
y le vio más hermoso que nunca. Su pelo dorado brillaba bajo el sol y sus ojos
azul profundo, rozando el negro, se veían más espectaculares todavía.
-
Hola, Jaime.
-
Hola, Cersei.
Ella se quedó clavada en el
sitio, quería correr a abrazarle, estrecharse contra él, pero no sabía si debía, si él lo deseaba como ella. Decidió ser prudente.
-
Necesito hablar contigo.
-
Claro, siéntate. – Señaló unas sencillas sillas
de cuero junto a la mesa y se dirigió hacia ellas-.
-
Bien, sí. – Cersei lo imitó y se sentó con
cuidado, comenzando a retorcerse los nudillos-.
Cuando Jaime vio a su hermana
hacer ese gesto supo que no le iba a gustar lo que fuese que ella tuviera que
contarle. Si de pequeña lo hacía en la Roca antes de decirle algo, él solía
acabar llorando.
-
¿Quieres tomar algo? ¿un vaso de vino quizás?
–ofreció el guardia real por romper la tensión que crecía por momentos en la
estancia-.
- ¿Vino? Eh, no, no tengo sed. –Clavó la vista
en los pies mientras negaba con la cabeza-.
Jaime asintió y
la invitó a hablarle. Ella lo hizo.
- Yo, yo tengo que contarte… Pero, es… Porque he
dudado y aún no se lo he dicho a nadie, pero antes o después se sabrá… Y… Y
quería que tú lo supieras por mi –alzó los ojos buscando algún tipo de
aprobación para continuar, pero Jaime no movió un músculo. Bajó la mirada de
nuevo a sus dedos enrojecidos ya de ser retorcidos y prosiguió-. Pen-pensé en
tirarme por las escaleras cuando me enteré para perderlo – Sacudió la cabeza y
con ella su larga melena dorada. Notó como las piernas de su hermano se ponían
rígidas y no pudo alzar la cabeza de nuevo- pero luego pensé mejor y supuse que
él volvería a intentarlo para conseguir un heredero legítimo y últimamente
parece que ya se está aburriendo de mi. Me deja “tranquila” más noches Y… Y el
bebé también es mío, Jaime, y no tiene la culpa de nada… Y yo ya le quiero –
Ahora sí, levantó la cabeza y buscó los ojos de él-, a lo mejor es rubio.
Él suspiró en silencio, la miraba
de una manera indescifrable, cuando Cersei no pudo más le imploró “- Dime algo
Jaime, no me castigues así”. Permaneció un rato aún inmóvil y callado, por fin,
se levantó frotándose la cara con ambas manos y le tendió una a su gemela, ella
sonrió un poco más tranquila y la tomó. Se dirigieron a la ventana y Jaime se
acomodó con ella en el alfeizar, abrazó a Cersei desde la espalda y la colocó
entre sus piernas, ella recostó la nuca en su pecho. Estaba en casa.
-
Cualquier día mato a ese cabrón y te secuestro,
te lo aviso, hermanita. Y nos podemos llevar a ese pequeño bastardo que llevas
dentro si lo deseas. –dijo besando su coronilla y colocando la mano con cuidado
sobre su barriga-.
Cersei sonrió ante las cosquillas
que le produjo su mano, volvió la cara hacia la de su hermano, la tomó con
ambas manos y se acercó a besarle; cuando tenía sus labios pegados a los de él
y comenzaba a buscar su lengua, la puerta se abrió con sigilo para dar paso a
Lord Tywin Lannister que esperó silencioso a que sus hijos se percataran de su
presencia.
Continuará
...
Vida de una Reina.
Fanfic basado en Canción de Hielo y Fuego
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ropadeletras. Junio 2013