Se quitó las gafas, dobló las patillas con mimo y las colocó sobre el libro que acababa de cerrar. Se recostó y llamó al gato - ven Azrael, ven-. El animal acudió al instante y se aovilló en su barriga emitiendo un leve ronroneo.
Suspiró profundamente y apagó la lámpara. Mantuvo los ojos abiertos.
Hacía ya casi un mes de la primera llamada. En el instante en que caían sus párpados retumbaba el teléfono. Al principio pensó en un error o una broma de mal gusto, porque siempre se acostaba a una hora similar. Por eso cuando unos días después de que comenzara todo decidió cambiar sus hábitos y horarios, y justo al cerrar los ojos, sonó de igual manera, empezó a preocuparse.
Consideró que alguien la espiaba, así que cerraba todas las persianas a cal y canto cada vez que se dirigía a la cama; el rigor de las noches de agosto se hizo aún más axfisiante. También cogió la costumbre de atrancar la puerta de la entrada con una silla además de echar los candados.
Su vida se resentía. Los días se volvieron agotadores.
Tres noches antes, probó a desenchufar el aparato a media tarde para que al llegar la noche, este, no tuviese batería; las tres se había descargado completamente cuando se acostó, había esperado hasta ello. El teléfono, sin embargo, había seguido sonando.
María no podía cerrar los ojos, no quería hacerlo.
ropadeletras
#ExperimentoDelDía
Gracias por el libro.
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