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martes, 15 de enero de 2013

Jaime y Sansa. Capítulo XII














El Septo de Baelor


Jardines Septo de Baelor. Colina de Visenya. Luce el sol

Era el primer día en que se atrevía a salir a los jardines laterales de la plaza que precedía al Septo.

La habían trasladado desde “La bóveda de las Doncellas” cuando aún dormía y se había despertado al cuidado de dos septas que la velaban prácticamente día y noche, tratándola con cuidado y respeto. Un maestre, también la visitaba a diario para hacerle todo tipo de curas, algunas mucho más humillantes que otras. Sansa de la casa Stark, las aguantó todas estoica.

Cuando abrió los ojos, se había descubierto en un pequeño aposento con un brasero; llevaba puesta una túnica de lana gris muy gruesa y le habían recogido el cabello en una trenza. No había espejos. Cada vez que se tocaba la cara, intuía el por qué.

Se encontraba alojada en una de las 7 torres de cristal que componían la edificación, la que contenía las celdas, tenía una ventana muy pequeña en la parte de arriba, que permitía la entrada de luz, pero no que viera el exterior. – Mejor- pensaba, así no tendría que contemplar la escalinata de la gran plaza de mármol donde decapitaron a su padre. Aunque en realidad, lo que no quería, era que la viera nadie a ella.

Se moría de vergúenza por lo que le había pasado. Todo el mundo lo sabía en Desembarco, lo sabían todo. Lo ocurrido con el hermano de la Reina, lo que le había hecho el Rey Joffrey; incluso había oído comentar a dos fieles en la sala de los siete cruceros, donde estaban los altares a de los 7, que Jaime Lannister, había ordenado ensillar a “Honor” y había desaparecido de la Capital del Reino en busca de su hermana y su sobrino  al encontrarla a ella. De eso hacía ya casi cuatro semanas.

Al principio su cuerpo se negaba a retener ningún tipo de alimento, pero poco a poco y con los cuidados de las hermanas comenzó a asimilarlos y coger fuerzas. No entendía muy bien cómo, pero cada día ganaba peso. Lo único que no se recuperaba era su habla, no había sido capaz de emitir ningún sonido desde que despertó. Ni siquiera cuando lloraba todas las noches con su pañuelo apretado contra el pecho.

 Sus días transcurrían entre mudas plegarias y las lecturas que le hacían de “El libro de la sagrada oración”; aunque cuando consiguió ponerse en pie y caminar sin sangrar, las ganas de su edad le habían podido. Había recorrido el interior del gran Septo y explorado sus rincones. Se enamoró de la sala de las lámparas en cuanto la vislumbró por primera vez y podía pasarse horas enteras mirando los globos de cristales de colores. Descubrió la cúpula de oro y cristal. Las puertas de la madre que la llevaron a conocer el convento de las septas y los peldaños del desconocido, por los que bajaban las hermanas silenciosas y que ella no se atrevió a transitar.

Esa mañana en cambio, había tenido el arrojo de salir a la luz del día. Se sentó en uno de los bancos de piedra, se apretó el cuerpo con la capa y dejó que la bañara el sol invernal mientras oía a los pájaros cantar. Cerró los ojos y durante un momento, se imaginó a salvo en su casa, saltando entre las hojas de los Arcianos, riendo y soñando un futuro para ella.

Cuando Ser Sandor Clegane se acercó y la habló, se sobresaltó.

“- Hola pajarito” le dijo con una voz menos dura de lo habitual.

Sansa le miró en silencio, recordó como él, había sido el único que se enfrentó al rey cubriéndola con su capa cuando la golpeó Meryn Trant y la ultrajaron ante todos en la sala del Trono, evocó también como el día de la rebelión del pan, la salvó de ser violada y asesinada por aquellos hombres que la habían llevado a un establo al sublevarse la muchedumbre; como la regañaba de mentira, porque en verdad, no sabía como decirla que la quería y que podía contar con él. Miró a sus ojos y notó al ver su misericordia, que lo sabía todo… Entonces empezó a llorar a gritos, llena de pena y humillación. Lloró su miedo, lloró a su padre, su deshonra...

Un quejido desolador, rompió el aire de la mañana e hizo que los pájaros levantaran el vuelo.

La norteña, comenzó a sujetarse el vientre con ambas manos, mientras le miraba sin poder parar de chillar. El perro, se acercó a ella justo cuando se desvanecía. La tomó en sus brazos y echó a correr con ella desmayada en busca de ayuda…
Continuará
...
Fanfic Jaime y Sansa
personajes y lugares propiedad de G. RR. Martin
Cristina ropadeletras
Enero 2013


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