Vida de una reina
El Heredero
Interior
corredores palacio. Noche.
Los
gritos se extendían por los pasillos de la Fortaleza. Era el único sonido que
se escuchaba y lo estaba volviendo loco.
Los
maestres, las comadronas y las doncellas entraban y salían de los aposentos de
su hermana de forma continua; había preguntado varias veces por su estado sin
obtener respuesta alguna.
Cuando
no pudo más, decidió dirigirse a las puertas de madera. Esta vez no era él
quien las custodiaba, Robert había dejado mandato expreso al abandonar la
ciudad de que así fuese.
Se
había jactado ante todos de que traería una cabeza de ciervo del bosque real
para su primogénito. – Menuda mierda de regalo –pensó Jaime riéndose entre
dientes-; aunque en realidad su risa obedecía más al hecho de que el hijo que
iba a parir Cersei era suyo y no del Rey.
Cuando
se encontró ante la entrada, uno de sus compañeros de la guardia real trató de
impedirle el paso.
- Lo siento, Ser Jaime, no podéis
acceder al interior de las estancias reales, te- tenemos órdenes –dijo bajando
la cabeza con pesadumbre-.
Jaime
sonrió con sarcasmo clavando la mirada en ambos. Se limitó a ignorarlos y
empujó el portón. Al entrar con los guardias detrás todos menos su hermana
giraron la cabeza; el gran Maestre Picelle se acercó haciendo grandes
aspavientos.
- No podéis estar aquí, Ser…
El
león de Lannister no le permitió terminar, lo apartó con el brazo y preguntó en
alto mientras llevaba la mano de la espada a la empuñadura quién de ellos se
proponía echarlo. Por un momento se hizo el silencio. Lo rompió un nuevo
chillido de Cersei. Jaime se dirigió con velocidad hacia su lecho y cogió su
mano.
- Ya estoy contigo, ya estoy aquí.
- Jaime… -susurró su hermana antes de
tener una nueva contracción- me duele mucho, y tengo miedo.
Él
besó su frente y observó su camisola empapada en sangre. La sangre de las
batallas era diferente –pensó- no lo paralizaba de aquella manera, no era la de
su hermana.
Un
alarido gutural lo sacó de sus pensamientos. Una vieja comadrona lo empujó sin
miramientos.
- Si queréis quedaros hacedlo, a mí eso
me da igual, pero no molestéis, el niño está a punto de llegar.
Cinco
horas después se oyó por primera vez el llanto del pequeño. Estaba vivo; sus
pulmones rugían con fuerza. Es un león -susurró Jaime aliviado-.
- Es un niño –anunció la comadrona-.
Cersei
estiró los brazos instando a que se lo entregaran.
- Dámelo, dame a mi niño.
- primero hay que lavarlo, majestad.
- ¡Qué me deis a mi hijo! –bramó-.
Se
lo entregaron envuelto en una toquilla dorada con un ciervo sable bordado; una
de las doncellas le acercó unos paños húmedos que la reina cogió para limpiar
al bebé. Lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
- Mi pequeño. ¿Sabes? –le dijo bajito al
oído- algún día serás el rey de los Siete Reinos.
El
niño se revolvió en sus brazos.
- Marcharos todos –ordenó-.
- Pero alteza… –trató de protestar el
maestre-.
- He dicho que os vayáis todos. Ordenad
que toquen las campanas del gran Septo durante siete días con sus siete noches.
Que anuncien a todo Desembarco que ha nacido el hijo del rey, y mandad cuervos,
quiero que suenen en todo Poniente.
Los
criados se miraron entre ellos, asintiendo, hicieron una reverencia y se
retiraron dejando solos a Cersei, el bebé, y a Jaime. Sólo entonces se atrevió
este a acercarse a ella. Miró al niño con adoración y esperó a que ella
terminase de limpiarlo para tomarlo en sus brazos, cuando lo hizo, lo cogió
como si fuese de cristal, era suyo, y era lo más bonito que había visto nunca.
- ¿Cómo le llamaremos?
- Joffrey, quiero que se llame Joffrey.
Se
acercó a ella y besó con delicadeza sus labios, hacía mucho que no la veía tan
feliz.
- ¿Estás bien?
- He estado mejor, pero también he
estado peor.
El
pequeño emitió un leve gemido. Él besó su diminuta frente y la miró de nuevo.
- Es tan guapo como tú, e igual de
rubio, jajaja. Es perfecto, mira todos sus dedos –dijo cogiéndolos con
cuidado-.
Cersei
observó la escena y tomó conciencia de que Jaime pretendía actuar con el niño
como un padre, sintió una punzada de dolor en las entrañas al entender que
tenía que frenar esos sentimientos por el bien de su hijo.
- Jaime… No lo cojas así, pueden darse
cuenta de que lo quieres demasiado para ser su tío.
Enarcó
una ceja, seductor, y rozó con su nariz la cara del bebé.
- ¿Qué? No va a ser tan fá…
No
le dejó si quiera terminar la frase. Llena de una ira que él no esperaba, se
levantó y se lo arrebató de los brazos apartándose después de él.
- ¡Qué dejes de hacer el ridículo! ¡Qué
no te acerques a él a no ser que sea estrictamente necesario! –Gritó
protegiendo a Joffrey en su regazo como haría una leona con sus cachorros-.
Sin
mirarle lanzó una última estocada a su amor propio.
- Ahora deberías marcharte. Estoy muy
cansada.
Jaime
estaba paralizado. Incrédulo, hizo un último intento para convencerla.
- Cer…
- ¡VETE! –bramó con los ojos llenos de
cólera-.
Su
gesto se endureció, tensó la mandíbula y salió sin mediar palabra de las
estancias de su hermana.
Las
campanas comenzaron a emitir su tañido anunciando al pueblo la llegada del
nuevo heredero. Cersei empezó a llorar abrazada a su hijo.
Fin.
Dedicado a todas las mujeres con
destinos difíciles
…
Y a Jaime.
Vida de una reina.
Fan fic basado en Canción de hielo y fuego.
Los personajes y lugares son propiedad de G.R.R.Martin.
Ropadeletras. Septiembre 2013.
Nota de autor:
Gracias.