Cualquiera de nuestras decisiones y acciones, tiene consecuencias impredecibles. Pero igual, alguna hay que tomar.
Hacía apenas 5 minutos. Lea paseaba al sol con “Pera”, no tenía ni prisa, ni rumbo, por eso le llamó la atención la casa abandonada. La perra y ella se acercaron, más por no tener que hacer, que por otra cosa.
Cuando llegó a la puerta, oyó un canturreo suave. Se asustó un poco, pero la curiosidad hizo que no le echara cuenta. Quien cantará, su canto más bien, ejercía una extraña atracción sobre ella. No pasaba lo mismo con “Pera”, que empezó a gruñir asustada.
“- Sssss… Calla Pera. Junto”
Entró y aun tardo unos segundos en verlo, cuando lo hizo, el espectáculo la sobrecogió.
Un tipo semidesnudo y con toda la pinta de estar muerto. Se encontraba tirado en el suelo, con las piernas abiertas en una extraña posición. A su lado una pistola y encima de él, una Mantícora, que le devoraba con ansia.
Cabeza de hombre, cuerpo de León y cola de escorpión.
Ver una Mantícora no es nada fácil, es incluso más difícil dicen, que ver a una Quimera. Pero eso no era lo que más llamaba la atención de Lea en aquel preciso momento.
La necesidad, hace que a veces, lo mundano pueda a lo inverosímil.
A los pies del cadáver, había una maleta de cuero marrón. Estaba sucia y abierta. Dentro, un montón de billetes; algunos manchados de sangre, pero seguro que no todos. Allí tenía que haber una pasta.
Estaba cerca. Lea dudó un segundo. Entre la criatura, el muerto y el dinero no había más de 7 u 8 metros. Tenía que arriesgarse.
Volvió a chistar a “Pera” y la ató a una hormigonera abandonada. La perra gimió un poco, pero se quedó quieta. Andaba lo más sigilosa que podía. Se arrepintió de haberse puesto las botas de goma. Aun así, estaba decidida a hacerlo.
En ese momento, la Mantícora se quedó parada y pareció escuchar. Ella también lo hizo, contuvo la respiración y rezó para que “Pera” siguiera en silencio. Cuando la bestia siguió con su presa Lea volvió a andar.
Cuando llegó a la valija, se agachó y la cogió con sumo cuidado. Comenzó a andar despacio hacia atrás, sin dejar de mirar a la escena un solo segundo. Desató a “Pera” y aun tardaron, lo que le pareció un año en llegar a la puerta. Cuando lo hizo se dio la vuelta y echó a correr con el perro y la maleta.
Ahora solo tenía que inventarle una procedencia creíble a aquel pastizal. Aunque también podía callarse. Aun temblando, empezó a sonreír.
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