Todo tiene un precio. Ella lo sabía... Quería recoger sus cosas, pero no quería despedirse de el, de forma definitiva. No deseaba romper el último vínculo. O sí, muy dentro... Donde no lo veía aun, porque por fuera le daba un miedo casi atroz que ocurriese.
Ahora que se iban a ver, sabía a ciencia cierta, que el dolor de hacerlo, era el precio y pensaba, ¿era excesivo lo que tenía que pagar? ¿Era algo tan importante como para pasar por aquello?
Había pensado renunciar a sus libros, sus DVD's y sus camisetas, no tenía mucho más en su casa...
Bueno, sí tenía. Tenía un cepillo de dientes, un peine de Hello Kitty, un cargador de nokia, unas bragas limpias de una princesa Disney y alguna moleskine a medias. Sin contar claro, la parte de su alma, que también se había quedado allí, sentada en el sofá rojo.
Por eso le había costado tanto quedar, tanto elegir la ropa y tanto más maquillarse para que el, por lo menos, la viese con buena cara. Se tocaba los ojos todo el rato, no estaba acostumbrada ni a la raya ni al rimel.
Se estiró el vestido sobre los vaqueros, se colocó el pelo y con la mano temblorosa que no aferraba la samsonite, llamó al telefonillo.
Costaba llamar a un sitio, para decir, "hasta siempre, trataré de no recordar nuestro París"...
"- ¿Sí?", contestaron desde arriba.
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