Una de las cosas más maravillosas y más difíciles a la vez, que le había tocado vivir, era ser el sueño recurrente de un vampiro.
Adoraba como le apretaba y mordía el cuello y los dos agujeritos que se le quedaban como recuerdo indeleble cada vez que el no estaba a su lado.
Una prueba de amor palpable para cuando le tocaba extrañarle como se extraña la sandía en invierno.
Lo único malo, es que empezaba a quedarse sin sangre en el cuerpo para poder continuar... Y no se quería convertir ni en un geyperman ni en un inferi.
Tocaba pues tomar una decisión, en cualquier caso, difícil.
:)
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