El universo conspira a tu favor

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viernes, 30 de enero de 2015

Bajo el sauce.

El viento azotó los cristales que se estremecieron e hicieron crujir la madera que los sujetaba. A través de las maltrechas ventanas se veían las ramas desnudas del sauce que delimitaba el final del jardín y se fundía al caer el sol con el bosque y a continuación con el valle, azotando el cielo de forma violenta. No se divisaba ni una sola estrella, llevaban varias noches negándose a salir; se escondían de aquel temporal.

Encogió las rodillas hasta pegarlas contra el pecho, se cubrió la cara con el edredón y se tapó los oídos en un intento vano de no escuchar los arañazos. - Por favor, por favor, para-. No pararon, al menos no del todo, a veces se silenciaban unos minutos, y justo cuando empezaba a tener esperanzas de que por fin se acallarían, desde la puerta de la cocina que daba al patio trasero, subían hasta su cuarto nuevos rasguños enfurecidos, histéricos. Había cegado la gatera hacía semanas, no servía de nada, no tenía gatos, y colocó dos nuevos cerrojos. A pesar de ello, intuía que daba igual, algo por dentro la decía que cuando quisiera hacerlo de verdad, podría destrozar la puerta y subir a por ella.

Sacó la mano de la cama y buscó a tientas la escopeta que descansaba bajo el somier. Sabía también lo inútil que el arma le resultaría si conseguía entrar, de igual modo lo agarró con fuerza, el frío metal descansaba inerte ajeno al sudor de su mano.

El impacto seco y el sonido de la madera astillándose la hicieron sacarlo de su escondite e incorporarse. Lo asió con fuerza y se apoyó en el cabecero bajando el ritmo de su respiración hasta hacerlo casi inaudible. Una serie de sonidos feroces se sucedió para volver a parar de repente y sumir la casa prácticamente en el silencio.

Lo maldijo de nuevo por haberse marchado sin él, por haberlo dejado como una última venganza para joderla la vida. Nunca se habían tenido cariño. Le veía mirarla con sus ojos locos cada vez que ellos se besaban; hecho que ocurría cada vez con menos frecuencia hasta que dejaron de hacerlo definitivamente y él se fue para siempre. "Kraaak", otro choque. Pero no se lo llevó a él. Él se quedó atado en su caseta como una broma macabra, gruñendo, echando el hocico para atrás y mostrando sus enormes dientes cada vez que ella se acercaba a cambiarle el agua o la comida; tardó meses en poder desatarlo y permanecer en el jardín con él suelto, siempre vigilante. Al principio sólo se permitía la licencia de soltarlo por las noches mientras ella dormía, cuando aún podía hacerlo.

Pensó que esta sería otra de esas noches en blanco, pero se equivocó. No supo cuando se había dormido. La luz del alba irrumpió por una ventana que ya nunca tenía las cortinas echadas. Se apartó de la escopeta que mantenía abrazada y se rascó el cuero cabelludo con las yemas de los dedos, después pasó la mano por su cara. Se hizo un moño alto y tirante con una goma que tenía en la mesilla y fue al baño a lavarse los dientes y hacer pis.

Después bajó a prepararse un café. La puerta del jardín fue el primer sitio al que se dirigieron sus ojos al entrar en la cocina. Estaba abombada de nuevo, tendría que ponerle otro refuerzo, ya no la cambiaba con tanta asiduidad, no la daban los ingresos. Se frotó la frente y se dirigió a por la cafetera. La llenó de agua y puso el café en el cacito del filtro. Encendió el gas y la depositó sobre el fuego. En lo que esperaba a que subiera se acercó a la ventana que daba al patio; nada estaba fuera de su sitio, ni la mesa, ni las sillas, ni la sombrilla, ni la caseta, ni más allá, la tumba bajo el sauce de ese maldito animal; allí seguía, enterrado.

El silbido de la cafetera subiendo la provocó un sobresalto y emitió un grito ahogado. Volvió a barajar la posibilidad de llamar a algún sitio para que se llevaran los restos, pero eso significaba tener que dar muchas explicaciones, y aunque lo hiciera, no estaba segura de que ello pusiera fin de forma satisfactoria a su "pequeño problema".
Ella lo mató, no quería, fue sólo que no lo vio salir al camino hasta que ya era demasiado tarde, iba buscando en el dial de la radio cuando el perro apareció de la nada y lo atropelló. Ahora, él volvía cada noche hasta que pudiera matarla a ella.



ropadeletras.
(Ilustración by Elena Idígoras)

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